En 1688 William Molyneux, un irlandés miembro de la Royal Society, expuso en una carta al filósofo inglés John Locke, la cuestión sobre si la visión era algo natural-innato o si debía aprenderse a ver a través de la experiencia, formulando lo que se conoce como el problema de Molyneux (...)
Supongamos que un hombre ha nacido ciego, pero ha aprendido a distinguir una esfera y un cubo a través del sentido del tacto. Si recuperase la vista de pronto, ¿reconocería la esfera y el cubo sólo con la vista? ¿o necesitaría tocar las dos formas para identificarlas, con el fin de armonizar su nueva percepción visual con sus sensaciones táctiles habituales? (...)
La idea de que debemos aprender a ver logró apoyo empírico en 1728. El cirujano inglés William Cheselden había inventado un nuevo método para extraer de forma segura cataratas, que en algunos casos eran tan gruesas que causaban ceguera total o parcial. Cheselden operó a un niño de trece años que había nacido ciego. Tras la operación, el muchacho pudo ver por primera vez. Cheselden explicaba que al chico, que era muy inteligente, le resultaban difíciles hasta las percepciones visuales más simples. Decía:
Cuando vio por primera vez, era tan incapaz de establecer juicios sobre las distancias que pensaba que todos los objetos, fuesen los que fuesen, le tocaban los ojos (...)no conocía la forma de nada, ni distinguía una cosa de otra, por muy diferentes de forma o magnitud que fuesen.
El muchacho tuvo que aprender a dar sentido a la multiplicidad de impresiones que recibía a través de unos ojos que empezaban a funcionar. La experiencia que le hacía falta entrañaba tocar los objetos que era capaz de ver por primera vez, "sintiendo" sus características visuales para poder compararlas con sus propiedades táctiles.
Al muchacho le resultó particularmente difícil entender que los cuadros representaban objetos en un espacio tridimensional. Según relataba Cheselden, el chico pensaba que los cuadros eran `lo superficies pintadas con formas y colores al azar. Una vez que comprendió que las superficies coloreadas eran pinturas, las tocó y se sintió más confuso aún por el uso de la perspectiva.
Esperaba que las imágenes fuesen igual que las cosas que representaban, y se quedó asombrado al descubrir que aquellas partes que por su luz y su sombran parecían ahora redondeadas e irregulares resultaban al tacto planas como el resto, y se preguntaba cuál era el sentido que mentía, el tacto o la vista.
Tras la experiencia del tratamiento de este muchacho Cheselden llegó a la conclusión de que aprendemos a ver interactuando con el mundo que nos rodea (...)
Si necesitamos aprender a ver con los ojos el mundo que nos rodea ¡cuánto más habrá que aprender para ver cuando utilizamos un telescopio y, especialmente, con un microscopio! (...)
El filósofo contemporáneo Ian Hacking ha afirmado que no vemos a través de un microscopio, sino con uno, lo mismo que no es exacto decir que vemos a través de los ojos, sino con ellos. (...)
El ojo, el telescopio o el microscopio no son sólo instrumentos
Aprender a ver con un instrumento como un microscopio requiere interacción con el mundo microscópico, no sólo mediante la observación repetida, sino diseccionando y manipulando los especímenes que se observan en él. (...)
La afirmación de Hacking recuerda la Molyneux de que aprendemos las formas tocándolas (...)
Resulta interesante que tres años de plantear la cuestión a Locke, William Molyneux hubiera visitado a Leeuwenhoek en Delf para examinar sus microscopios. Es probable que el episodio, que hizo comprender a Molyneux cuánto adiestramiento y cuánta experiencia hacían falta para ver con el instrumento, despertasen sus ideas sobre lo difícil que era ver con un tipo diferente de instrumento óptico: nuestros ojos (...)
En: El ojo del observador. Johannes Vermeer, Antoni van Leeuwenhoek y la reinvención de la mirada
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